La doncella de la sangre by Ahna Sthaurus

La doncella de la sangre by Ahna Sthaurus

autor:Ahna Sthaurus
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico
publicado: 2014-12-24T23:00:00+00:00


—¡Por Dios, esta clase es aún más aburrida que Historia Moderna! —murmuró Miguel poniendo los ojos en blanco.

—Aguanta, Miguel. Ya queda poco —contestó Carmen—. Y la señora Ramírez no es Terminator.

—No; pero su clase también es un rollo. Encima, Pecas está más rara que un perro verde… —se quejó Miguel, echando una mirada de reojo a Diane que estaba apuntando en su libreta.

Ella hizo oídos sordos y siguió apuntando. Se sentía desesperada y afligida por el daño hecho a Yanes, y se moría de ganas de ir hasta su departamento para explicarle lo que le había pasado realmente. Pero no era una buena idea. Prefería que Yanes se sintiera herido moralmente a que fuera herido físicamente.

El timbre tocó y los estudiantes se apresuraron en salir.

—¡Bien! —exclamó Miguel colgándose la mochila—. Chicas, son las cuatro y estamos totalmente libres. ¿Qué hacemos? ¿Vamos a dar una vuelta por el centro?

—Por qué no… —contestó Carmen poniéndose el abrigo.

—Lo siento —musitó Diane, temerosa de la inminente reacción explosiva de Miguel—, yo me voy a quedar un rato más en la biblioteca.

—¡¿Qué?! ¿Estás de guasa, Pecas? —bramó Miguel furioso—. ¿No quieres saber nada de nosotros o qué?

—A lo mejor, deberíamos quedarnos con ella. ¿Tienes un paraguas, Miguel? —preguntó Carmen señalando algo con la mano.

Miguel se dio la vuelta hacia el patio exterior y observó lo que Carmen estaba señalando. El cielo, hasta ahora totalmente despejado, se había puesto negro y cargado de nubes que amenazaban en descargar una buena cantidad de agua.

—¿Pero esto qué es? ¿No habían dicho que el tiempo iba a dar una tregua? —se enfadó Miguel poniéndose en jarra.

—Ya te lo ha dicho esta mañana, chaval —bromeó Carmen—. Reza para que esto termine antes de Semana Santa.

—Sí, hasta le haré vudú al tiempo si es necesario —recalcó Miguel—. Mira, tengo una solución: cogemos el tranvía y nos metemos en el Zara más cercano antes de que empiece a llover.

—¡Ay, tú y el Zara! ¿Tienes una tarjeta de descuento en esta tienda o qué?

—No, y es una pena porque me encanta la ropa del Zara.

—¡Ya te digo!

Miguel se giró hacia Diane y la miró expectante.

—Bueno, Pecas, ¿Has cambiado de idea? ¿No te vas a quedar aquí sola, con este tiempo, encerrada en la biblioteca no?

—Lo siento, Miguel —Diane esbozó una sonrisa contrita−pero sí que me voy a quedar aquí.

—Muy bien, como quieras —resopló Miguel.

Diane experimentó una sensación tan profunda de tristeza y de soledad que no pudo reprimir la necesidad de abrazar a Miguel en busca de consuelo.

—No me lo tengas en cuenta, Miguel —dijo apretada contra su hombro—. Hoy no me siento bien.

—¿Pero como me voy a enfadar contigo, Diane? —replicó Miguel—. ¡Si yo te quiero boba! Y por eso, no me gusta que te quedes encerrada aquí sola. Pero prometo no agobiarte más de lo que estás hoy. Mañana será otro día.

—Eso. ¡Aprovecha su momento de sensatez! —exclamó Carmen, besando a Diane en la mejilla para despedirse de ella—. Porque no suele durar mucho…

—¡Qué tonterías dices! —refunfuñó el aludido.

—Venga, vamos —Carmen lo empujó hacia el patio−o nos va a caer el chaparrón encima.



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